ACADEMIA PONTIFICIA
PARA LA VIDA
REFLEXIONES DE
MONS. ELIO SGRECCIA
La eutanasia en
Holanda
incluso para niños menores de doce años
1. El último límite
rebasado
No ha sido posible hasta este momento
encontrar el texto del protocolo que describiría el acuerdo entre la clínica
universitaria de Groningen en Holanda y las autoridades judiciales holandesas
relativo a la extensión de la posibilidad de la eutanasia también a los niños de
menos de 12 años hasta la edad neonatal. Tal protocolo -de acuerdo con las
noticias difundidas por las agencias de prensa y atribuidas al Dr. Edward
Verhagen, director de la citada clínica- establece "con extremo rigor, paso a
paso, los procedimientos que los médicos deben seguir" para afrontar el problema
de "liberar del dolor a los niños" (en el arco de edad mencionado) gravemente
enfermos, sometiéndoles a la eutanasia.
La ley puesta en marcha en Holanda por
el Parlamento el 1 de abril de 2002 ya preveía la ayuda a morir ("suicidio
asistido") no sólo para los enfermos adultos que la pidieran de forma
"explícita, razonada y repetida" y para los jóvenes de 16 a 18 años que formularan
esta petición escrita (artículo 3, sección 2 de la ley), sino para los
adolescentes capaces de consentimiento, de 12 a 16 años, con la condición de que los
propios padres o quien tuviera la tutela jurídica añadieran su consentimiento a
la petición personal de los sujetos afectados por enfermedad incurable o por
dolor (artículo 4, sección 2).
Ahora, con este último acuerdo
médico-judicial, en Holanda se traspasa un límite hasta el momento prohibido aún
para la experimentación clínica, según los Códigos de Helsinki: se consiente la
eutanasia de acuerdo con las noticias difundidas, que hay que considerar
lamentablemente fundadas, también para los niños de menos de 12 años, incluidos
aquellos en edad neonatal, respecto de los cuales no se puede hablar ciertamente
de consentimiento válido.
Para esta edad, como se ha mencionado,
está prohibida en todo el mundo la misma experimentación clínica dado que ésta
puede siempre conllevar un cierto riesgo, aunque sea mínimo, para el sujeto en
cuestión, y ni siquiera se puede derogar tal norma con el consentimiento de los
padres o tutores, salvo el caso en que tal experimentación fuera para utilidad
de la vida o de la salud del propio sujeto sobre el que se lleva a cabo.
Las normas éticas relativas a la
experimentación clínica, inspiradas en los principios proclamados tras el juicio
de Nuremberg, han sido sobradamente sobrepasadas en los últimos acontecimientos
holandeses. El acuerdo médico-judicial, de hecho, permite, con el consentimiento
de los padres, la valoración del médico de cabecera y, por lo que se sabe, de un
eventual médico "independiente", el acceso a la eutanasia. No se puede hablar
aquí de "ayuda a morir" o de "suicidio asistido", sino de una muerte infligida
para "liberar del dolor", esto es, de auténtica eutanasia.
Las observaciones que surgen
espontáneamente son muchas y profundamente desconcertantes, sobre todo en el
plano moral.
2. El plano inclinado
Es fácil notar cómo ha funcionado la ley
del "plano inclinado" por la cual, una vez admitida la legitimidad de la muerte
infligida por piedad en el adulto consciente que la haya pedido de forma
explícita, repetida y documentada, después se pasa también a ampliar su
aplicación a los jóvenes, a los adolescentes con el consentimiento de los padres
o tutores y finalmente a los niños y a los neonatos -obviamente sin su
consentimiento--. Y es fácil también prever que el deslizamiento sobre el plano
inclinado de la eutanasia continuará en los próximos años hasta incluir a los
pacientes adultos considerados incapaces de demandar el consentimiento, como por
ejemplo los enfermos mentales o los sujetos en coma persistente o en estado
vegetativo.
Se afirma que existe también siempre el
juez, que puede vigilar los abusos y castigar al médico que eventualmente
transgreda las normas, ¿pero a qué puede apelar el juez cuando la norma suprime
toda base para definir el abuso mismo? Se dice igualmente que el argumento del
plano inclinado es débil: en mi opinión, en cambio, demuestra que funciona
inevitablemente en su perversa eficacia, porque supone la no absolutidad de los
valores que hay que tutelar y está acompañado de un evidente relativismo moral.
Éste funciona en el terreno de la eutanasia así como en otros campos distintos
de ética pública, ya se trate de aborto (en tal caso, se empieza por la
situación del anencéfalo para acabar en el caso del hijo concebido antes de
vacaciones), ya se trate de la procreación (aquí se parte de la petición de la
legalización de la inseminación artificial homóloga para terminar en la cuestión
de la autorización de la donación terapéutica). Cuando además en el plano
inclinado no actúa sólo el desnivel de la vertiente lógica, sino también el
interés económico, entonces el deslizamiento se hace fatal e incontenible.
3. Sobre qué fundamento
ético
En caso de que se quiera buscar una
"motivación ética" a este "progresivo declinar de humanidad", ésta se encontrará
fácilmente en la literatura contemporánea. Para justificar la eutanasia, se ha
partido de hacer referencia al principio de autonomía, así como se enuncia por
el Manifiesto sobre la eutanasia de 1974, reforzado en algunos países por la
petición de hacer valer en los médicos el llamado "testamento de vida"; en esta
perspectiva, la totalidad de la moralidad se concentraría en el hecho de que el
paciente, sabiendo que puede disponer de la propia vida, intenta también
disponer de la propia muerte.
La ley holandesa, en el momento de la
aprobación, para tranquilizar a la opinión pública subrayó que la petición del
paciente debe ser insistente, lúcida, posiblemente escrita; pero con el
adelantamiento ahora establecido directamente se prescinde de la voluntad del
sujeto que, por su edad, es obviamente incapaz de expresar una elección propia y
se la sustituye con la voluntad de otros, parientes o tutores, y con el juicio
interpretativo del médico. El médico sin más debe valorar el dolor y el
sufrimiento del paciente y establecer si son tales como para justificar la
anticipación de la muerte. Pero entonces ya no es el principio de autonomía el
que está en juego, sino una decisión "externa" que debería ser considerada ética
también cuando es impuesta por el adulto consciente y capaz sobre un sujeto
incapaz de valorar y de pedir: a continuación de ésta, se hace morir
intencionadamente al sujeto beneficiario, como un "muerto matado". ¡Vaya
autonomía y sentido de piedad! Estamos ante un tipo de libertad de los adultos
considerada legítima aún cuando es ejercitada sobre quien no tiene autonomía.
Para justificar la eutanasia, después,
se ha apelado también a la liberación del dolor "inútil" y del sufrimiento, como
querría indicar, en algún modo, el prefijo bondadoso ("eu") del término
mortífero de eutanasia. ¿Pero de qué sufrimiento se trata? ¿Y a quién pertenece
este sufrimiento?
El sujeto niño o neonato que, como dicen
los pediatras, sufre menos que el adulto, no tiene capacidad de valorar o
definir como insoportable su sufrimiento; quien valora, según las normas
holandesas, es el médico, y aquellos que consienten y deciden son los parientes.
¿No se trata por casualidad del sufrimiento de ellos? Se sabe, además, que
nuestra época ha hecho casi del todo "curable" el dolor; los tratamientos
paliativos y los antálgicos, promovidos gracias a Dios en todo el mundo e
invocados por los médicos y por la sanidad, logran mantener y armonizar la
humanidad de los cuidados y la serenidad de la muerte. Prescindiendo de la
dignidad que hay que reconocer al dolor del enfermo y al valor de solidaridad
que suscita la presencia del sufrimiento inocente, ¿es que el dolor y el
sufrimiento se curan con la violencia de la muerte anticipada?
Hay que pensar seriamente en la posible
aparición de un darwinismo social que intenta facilitar la eliminación de los
seres humanos oprimidos por sufrimiento y defectos para "anestesiar" a toda la
sociedad. Fue precisamente Darwin quien consideró un obstáculo a la evolución
humana la construcción de los hospitales para los dementes, los inválidos y los
enfermos, así como la elaboración de leyes para sostener a los indigentes (Cf.
C. Darwin, La descendence de l'homme et la sélection sexuelle, citado en J.C.
Guillebaud, Le principe d'humanité, Editions du Semi, 2001, p. 368), porque
estas actitudes de la sociedad impedirían o retardarían la eliminación natural
de los sujetos defectuosos. No por nada algunos comentaristas, también laicos,
en los periódicos de estos días han hablado de "eugenismo enmascarado"
refiriéndose a este último paso de la ley holandesa sobre la eutanasia.
4. La deriva
utilitarista
Pienso que no sería en cualquier caso
desproporcionado poner la atención en una mentalidad utilitarista que está
penetrando progresivamente en la sociedad occidental, con la ideología de la
maximización del placer y la minimización del dolor, en la que no falta el apoyo
de aquel utilitarismo ligado al balance económico y a la asignación de recursos
en el campo de la medicina definida como "imposible", precisamente porque es
demasiado onerosa para la comunidad. Este utilitarismo, ligado al balance,
considera preponderantes los programas relativos al incremento de la riqueza y
de la productividad o de la competitividad industrial respecto a los deberes del
alivio del sufrimiento y al mantenimiento del enfermo, remitido cada vez más a
la precariedad de los propios recursos económicos y sostenido cada vez menos por
el Estado.
Así que estaríamos lejos no sólo de la
ética de la libertad, sino también de la ética de la solidaridad, estaríamos
bajo el dominio de la sociedad de los fuertes y sanos dentro de la lógica del
primado de la economía. ¿Pero estamos aún dentro de "la humanidad"?
5. El principio de
humanidad
Algunos estudiosos han subrayado la
existencia de una gran contradicción en nuestra sociedad contemporánea, un tipo
de esquizofrenia entre dos elementos: por un lado la proclamación de los
"derechos del hombre" y la búsqueda de la definición de "delitos contra la
humanidad", por otro la incapacidad de definir quién es el hombre y, en
consecuencia, qué acción hay que considerar humana o no humana (Cfr. J.C.
Guillebaud, Le principe d'humanité, cap I).
Lo que parece que se está extraviando en
nuestra cultura es el "principio de humanidad". ¿Es humano tratar el dolor y
preparar hospices para los enfermos de tumor, o bien es más humano preparar el
fármaco letal para las personas afectadas de males incurables, ya lo pidan éstas
en primera persona, ya sean los médicos los que supongan que lo pedirían si
pudieran?
¿A quién ha pasado el gobierno del
concepto de "humano/no humano", después de que ha sido negada la naturaleza
humana, la ontología de la persona y la adecuada concepción de la dignidad
humana? ¿La dignidad humana subsiste en el moribundo, de forma que nadie pueda
promover un despotismo de vida y de muerte sobre quien sufre y va a morir?
Ésta es la cuestión: volver a encontrar
la dignidad del hombre, de todo hombre en cuanto portador del valor de persona,
valor trascendente sobre la realidad terrena, fuente y fin de la vida social,
bien sobre el que converge el universo (Santo Tomás de Aquino califica a la
persona "quod es perfectissimum in rerum natura"), bien que no puede ser
instrumentalizado por ningún otro interés de quien sea (como recuerda también la
mejor tradición de la moral laica a partir de Kant). En esta dignidad de persona
la tradición bíblica ve "la imagen y semejanza" con el Creador, y en el
Cristianismo en particular encuentra la identificación con Cristo mismo ("Estaba
enfermo y me visitasteis", Mt. 25). Se trata de salvar a la vez el concepto de
humanidad y el fundamento de la moralidad, respetando la vida y la dignidad de
la persona humana.
6. La aportación de
la
Iglesia
La posición de la Iglesia sobre el tema de la eutanasia
es bien conocida, constantemente subrayada y confirmada; ésta hay que leerla con
la vista puesta en la tutela de la dignidad y de la vida de todo hombre: "Ahora
bien, es necesario subrayar con toda firmeza que nada ni nadie puede autorizar
la muerte de un ser humano inocente, sea feto o embrión, niño o adulto, anciano,
enfermo incurable o agonizante. Nadie, además, puede requerir este gesto
homicida para sí mismo o para otro confiado a su responsabilidad, ni puede
consentirlo explícita o implícitamente. Ninguna autoridad puede legítimamente
imponerlo ni permitirlo. Se trata, de hecho, de una violación de la ley divina,
de una ofensa a la dignidad de la persona humana, de un crimen contra la vida,
de un atentado contra la humanidad" (Congregación para la Doctrina de la Fe, Jura et Bona, p. II).
La Encíclica Evangelium Vitae de Juan Pablo II, que subraya la condena moral
de la eutanasia como "grave violación de la Ley de Dios, en cuanto eliminación
deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana" (n. 65), insiste en
sugerir "un camino bien diverso... el camino del amor y de la verdadera piedad,
al que nos obliga nuestra común condición humana y que la fe en Cristo Redentor,
muerto y resucitado, ilumina con nuevo sentido. El deseo que brota del corazón
del hombre ante el supremo encuentro con el sufrimiento y la muerte,
especialmente cuando siente la tentación de caer en la desesperación y casi de
abatirse en ella, es sobre todo aspiración de compañía, de solidaridad y de
apoyo en la prueba" (n. 67). Con la enseñanza, las actividades y las estructuras
propias, la
Iglesia se sitúa constantemente en esta perspectiva.
Europa, que está proponiéndose al mundo
como una unidad de pueblos solidarios en nombre de los "derechos del hombre",
todavía capaz de conservar un plurimilenario patrimonio de civilización
humanista, caracterizada por el respeto de la persona y la práctica de la
solidaridad, debería rechazar desde sí toda infiltración cultural inspirada en
el cinismo utilitarista o en el primado de la economía sobre el hombre para
seguir proponiendo modelos legislativos en apoyo del hombre y de su dignidad en
una sociedad solidaria.
Mons. Elio
SGRECCIA
Vicepresidente de
la Academia
pontificia para la vida
Fuente:
http://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_academies/acdlife